martes, 13 de mayo de 2014

Cobardes

Hoy la normalidad genérica se ha truncado. Ha llegado el miedo, la venganza o quizás el resultado. Un susurro instantáneo que es capaz de huracanear las praderas, las del efecto mariposa, y hacer hervir la cantidad de puños cerrados que se hallan tras lo reaccionario y repentino. Y es que lo mortuorio se observa desde la lejanía, desde nuestra cúpula cultural, la que nos hace olvidar lo real a la vez que nos lo muestra con imágenes que extrañan simplicidad. Un puro juego de metáforas, donde el incomprendido se recrea, mientras el incapaz se aleja y marea, donde se pueden ver a esos fotógrafos que se deben al objetivo, esos personajes que se deben a su apellido o esos militantes tan militares, y donde el dolor se diluye en una superficie que nos golpea tan duramente, que nos hace olvidar las heridas primordiales.

Cuando llega lo que es tan usual, (ejemplificando, las tragedias de ese esperpéntico espejo al que llamamos televisor) nosotros, tan acostumbrados a escuchar y sentir fascinación por el drama nos amedrentamos, porque estamos ciegos, tan ciegos, que tapamos la verdad con lienzos en blanco. Y aquí, llega el cenit de la actitud humana, la carroñería e impasibilidad ante lo ocurrido, esa historia que tantas veces hemos discernido tras palabras y gestos. Pues aunque el recuerdo nos llame a apenarnos, nosotros tan ingenuos genios maquiavélicos nos regocijamos y parloteamos en nuestra propia hipocresía. Con astucia planteamos críticas sobre esos demonios que vemos, e incluso necesitamos, y sin saberlo nos transformamos: ''Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti''. Y sí, lo sabemos todo, no se puede negar. No, no se puede.

Porque volamos tanto y tan alto como nuestros sueños nos dejan, y cuando estos acaban suplantamos lo miserable, putrefacto, horroroso, por un ideal somnoliento, que finalmente acaba nublando lo que realmente es bello, el camino de sequía y centeno.

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