Mientras caminamos encontramos sentimientos, los cuales nunca nos
abandonan. Sentimientos que son como luces que, o nos ciegan o nos guían
en nuestro trayecto. Nunca nos abandonan pues permanecen en
nuestro recuerdo, como cicatrices de lo que fueron, como terremotos en
nuestro interior.
Sentimientos que nos hacen vivir de la manera en
que vivimos. Nos curan y nos matan, nos salvan y nos tiran, nos
emocionan y nos hacen odiar, nos crean y nos destruyen.
Algunos
de estos sentimientos revolotean entre nosotros; entran y salen de
nuestra cabeza; anidan en nuestro ser. Nos visitan en los lugares mas
recónditos, los lugares con los que soñamos. Aves Fénix.
Otros
sentimientos son parásitos de alguien; los cuales vemos y sentimos muy
de cerca, al igual que vemos y sentimos a ese alguien. Estos parásitos
nos fascinan o nos asquean; aunque al final siempre acabamos
guardándoles un sitio en nuestro tarro.
Hay
algo que nos hace creer que olvidamos los sentimientos, nos hace pensar
que ya no existen, que mueren. En esos momentos en los que olvidamos o
perdemos nos sentimos ligeros, como una pluma que abandona a una paloma.
Nos sentimos más libres; sí, pero más vacíos.
Llegaremos a odiar o a añorar esos sentimientos hasta unos límites muy lejanos. Balas o flores.
Tras
el paso del tiempo nuestra manera de pensar cambiará, dejaremos de
estar en el límite y perdonaremos a los sentimientos. Será entonces
cuando veamos lo maravillosos que estos son, pues cuando recordemos esos
sentimientos que habíamos dejado marchar o habíamos echado, recordaremos
a las personas que portaban a esos bichitos y recordaremos esos lugares
que habíamos pisado, esos lugares que hacían volar a la imaginación.
Lloraremos, gritaremos, reiremos, sonreiremos... pues los recuerdos nos hace sentir de nuevo.
Al final los sentimientos renacen de sus cenizas, y nosotros que somos estrellas nos apagamos; nos convertimos en ceniza. La ceniza que revoloteará por el mundo, en busca de ese alguien o ese lugar.
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