Aquella típica noche de Noviembre,
fría y seca, empezó a pensar.
Empezó a pensar en su vida diez años
atrás. Ya no era una niña, pero a menudo seguía sintiéndose así. Se asustaba
ante lo nuevo, ante la posibilidad de que todo volviera a salir mal, como tantas
veces le había pasado ya; dudaba ante las opciones, ante la posibilidad de que
su vida cambiara completamente o siguiera exactamente igual; la adversidad la
hacía sentir insegura y torpe a veces; y ante demasiada presión, se rompía; le
preocupaba decepcionar a quienes conocía; le aterrorizaba no saber qué iba a
pasar a continuación; sin ninguna razón, se sentía inferior.
Empezó a pensar en el vuelco que
dieron a su vida diez años atrás. Le rompieron los esquemas, las reglas y los
porqués. Ya no había explicaciones razonables, y no importaba. Le quitaron las
noches tranquilas, los días para sí misma y algunas costumbres. Se metieron en
su cabeza sin preguntar. La cabrearon, la hicieron llorar y le enseñaron que, a
veces, no hay razones. Hicieron que sus pensamientos fueran a sitios donde
nunca habían estado. Le dieron la vuelta a su vida, a sus puntos de vista,
incluso a su forma de ser. Incluso llegaron a herirla: más de una vez habían
hecho que le doliera la barriga de tanto reír.
Empezó a pensar que precisamente eso,
era lo mejor que le podía haber pasado a su vida, diez años atrás.
Empezó a pensar que, diez años atrás,
le picó la curiosidad por el mundo. Por todo lo que le rodeaba, por lo pasado,
lo presente y lo que estaría por llegar. Empezó a aceptarse a sí misma, y a los
demás. Antes las situaciones difíciles, la seguridad empezó a tomar el control.
Seguía doblándose, pero ya no se rompía.
Empezó a pensar que aquella noche de
Noviembre, diez años atrás, no le gustaron una cara, unos ojos o un cuerpo.
Empezó a pensar que fue algo mucho más valioso. Algo que no se puede medir,
sostener ni poseer. Algo con espíritu propio, libre e imposible de cambiar.
Algo que pasara lo que pasara, podría llevar siempre con ella.
Empezó a pensar que, aquella noche,
diez años después, no había perdido nada importante. Su cuerpo no significaba
nada para ella. Seguía teniendo sus miradas, sus consejos, sus momentos, sus
preocupaciones, sus cabreos y sus sueños en su mano; cosas de valor
incalculable que sólo ella conocía de él.
Diez años después, empezó a pensar
que no iba a echar de menos sus cenizas esparcidas esa misma tarde. Empezó a
pensar que lo único que iba a echar en falta era él.
Esa noche, diez años después, empezó
a pensar que cuando todo terminó, empezó.
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