martes, 25 de marzo de 2014

Escapismo en el Tiempo

Llega a casa el caballero errante,
sin cota de malla,
sin espada que afilar,
sin historias que contar.

Tras un largo día,
de batallas luchadas,
de soportar extenuantes diluvios,
de perdidos latifundios.
Día, noche, día, noche,
él no separa con horas,
ya que ha caminado tras el ejercito,
tan comandado,
tan prohibido,
tan fusilado.
El tiempo, jocoso,
se ríe,
con desdén,
sin temor,
paciente.

Tras un largo día,
de caminos que no varían con las páginas del calendario.
Y las vidas ajenas,
las palabras externas,
los lugares terrenos,
permanecen, encajados en molde de hielo.
No hay nada,
ni sonido de batallas,
ni botas retumbantes,
ni gritos cortantes,
solamente vacío,
repleto de nada.

El horizonte,
no es una línea en el anochecer,
para él no.
El horizonte,
su horizonte,
es un muro que mira,
con recelo,
con miedo,
con ya longeva agonía.
Contra ese faro choca la ola,
y él, pez en el agua,
llora.

Y aunque su día es nublado, casi negro,
él,
tan soldado,
tan mísero,
tan perro,
que no es capaz,
de volar en huracanes,
ni de escalar volcanes,
puede romper la cuerda que le ata,
esa soga que le asfixia,
esa fobia a lo nuevo,
y así liberarse,
en un amanecer,
en sus días de enero.

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