domingo, 7 de septiembre de 2014

El Yo del Exilio

Miedos,
atenazadores entre las barreras,
sin consuelo te ciegan
dulce cristal mojado.
Y eres lila, primavera,
un otoño abocado
a su final, al tormento,
que no quema su vado.

La sombra,
no yace,
se desploma,
cuando huyes a las fronteras,
y arden tus rastrojos,
perdiéndote en lo lejano,
siendo,
queriendo.
Porque el viaje te acaba,
y apaga tus conocimientos,
iluminando el amanecer
del desconocido horizonte,
también recordándote
que estás olvidando,
para aprender.

Yo sé que estás aquí,
aun cuando te has ido,
porque no dudaste,
no mataste la felicidad pasada,
tan solo te fuiste,
para guardar algo,
en un cajón lejano.
No hay perdón para ti,
pues eras tú;
sí lo hay para tu ladrón,
tu asesino,
pues en el fondo,
vive en mi olvido.

Y ya no siento tu aroma,
ni tu mirada,
ni siquiera tus pensamientos;
ahora has desaparecido,
y con ello el dolor,
pero también la esencia,
el color,
las flores,
la pureza,
la idea sin temor,
esos pasos seguros,
la avalancha de valentía,
los impulsos mordaces,
tan solo quedo yo,
el silencio tras el ruido,
y la memoria demacrada.

Veo manantiales,
veo ríos,
veo mares,
océanos,
profundidades,
hastío.

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