miércoles, 10 de septiembre de 2014

Pangea

Resuenan los casquillos,
las balas caen,
la orquesta toca, aun sin público,
y no hay recodos, esquinas, ni escondites,
tan solo quedan personas,
tal vez títeres.

Y caen diez de diez,
y yo veo amistades,
veo amores,
historias, cuentos,
enfrentamientos;
no hay bajas, caídos,
tan solo recuerdos,
que permanecen guardados (con suerte)
en las lluvias de esos seres que esperan,
en esas aguas saladas que intentan evocar,
cada momento y cada lamento ...
y eso queda,
su sufrimiento.

El enemigo no se acerca,
no conquista,
no toma el poder,
no se atrinchera,
y aun cuando llega su derrota,
volatiliza una atmósfera,
la rodea,
la sucumbe,
porque no todo es el frente de batalla,
hay mucho más,
tan lejano para el gatillo,
más lejano para el enemigo del enemigo,
y que se nubla ...
como se nubla la línea que distingue
al hostil invasor del autóctono;
¡y cómo se nublan el horizonte,
la noche, el esperar,
el tiempo,
y hasta la niebla!

Aquí,
en el televisor,
hay pena,
y tan solo eso,
pena.
Pero no respiramos aquí otro aire,
ni bebemos otro agua;
es lejanía,
y lo inimaginable,
cerca,
un olor que rezuma,
en tus muelas,
tus rincones,
tus calles.
Y cuando resuene el primer disparo,
los dioses caerán del cielo,
y las lagrimitas de drama,
serán lagrimas de desconsuelo.

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